Contra los pronósticos de los más pesimistas, los deseos de la rancia y violenta oligarquía colombiana y de sus valedores de dentro y de fuera, Gustavo Petro es, por decisión soberana del pueblo, refrendada con más de 11 millones de votos, el nuevo presidente de todos los colombianos.
En lo que constituye un hecho político inédito, de significado global, con Petro entrará a la Casa de Nariño, por primera vez en la historia colombiana, un representante de las fuerzas de izquierda, un hombre con un pasado guerrillero y una trayectoria de servicio a los más desfavorecidos, defensor de la paz y proclive a la normalización de las relaciones con la vecina Venezuela, precisamente todo lo contrario de lo que han sido y hecho los presidentes precedentes.
Con Petro, Colombia ha dicho muy claro, que no quiere seguir viviendo bajo la inequidad de las políticas neoliberales, ni los efectos de las desigualdades sociales, la pobreza, las exclusiones y la falta de oportunidades para las amplias mayorías populares. Los trabajadores, los campesinos, los representantes de los pueblos originarios y afrodescendientes, los humillados y ofendidos tradicionales, los parias de siempre, se han pronunciado por los imprescindibles cambios, en extensión y profundidad, que el país reclama a gritos, y cuya urgencia se expresó, de manera trágica, en las manifestaciones del pasado año, ferozmente reprimidas por el gobierno de Iván Duque.
Petro representa también a la mayoría de los colombianos y colombianas que exigen la paz, la desmilitarización de las instituciones, el fin de la permanencia militar de los Estados Unidos y el retiro de sus ocho bases militares asentadas en el país; el cese de la “ayuda” militar de Israel y de sus asesores, expertos en represión, torturas y asesinatos, como evidencia su conducta represiva contra el pueblo palestino. América Latina, hemisferio de paz, no necesita un gendarme armado hasta los dientes, pendiente siempre a cumplir las órdenes de intereses foráneos ajenos al interés nacional.
Pero si bien un representante de la izquierda ha marcado un hito histórico en Colombia con la victoria electoral, tributando a la corriente predominante en nuestro hemisferio y que se espera cierre su ciclo de victorias con el previsible triunfo de Lula, en las elecciones brasileñas a fin de este año, no por eso se puede caer en la complacencia y bajar la guardia, pues llegar a la presidencia no es necesariamente ostentar el poder y estar en condiciones de usarlo para llevar a cabo las enormes transformaciones que una nación como Colombia necesita y espera.
La voluntad popular ha enviado un mensaje contundente al uribismo y sus círculos de aliados, máxima expresión de intereses mezquinos, amantes de la violencia represiva, agrupados en grandes emporios empresariales y multinacionales inescrupulosos, fuerzas armadas, narco paramilitares y grupos mediáticos. El uribismo, que pretendió ocultarse detrás del ultraderechista candidato Rafael Hernández, está herido políticamente de muerte y ha sido derrotado. El pueblo y la opinión pública nacional e internacional deben seguir alerta. Estos sectores oligárquicos neoliberales saben muy bien lo que representa para Colombia esta victoria electoral de la formula Petro-Márquez: Todo lo contrario, a sus desgobiernos.
La victoria ha sido un logro enorme pero los retos son grandes. Petro, podrá gozar del apoyo de su pueblo en esta nueva etapa, honrando sus promesas electorales, saneando las instituciones, desactivando la bomba de tiempo que le entregan junto a los mandos militares represivos, y avanzando en las transformaciones urgentes que requiere el nivel de pobreza, hambre, analfabetismo, subdesarrollo y exclusión que hereda de los anteriores desgobiernos. Un papel esencial en esta lucha corresponderá a su vicepresidenta, Francia Márquez, una negra combativa y veterana luchadora social, firme e inteligente ambientalista, de muy humilde cuna.
Con un pueblo expresado en la diversidad transitando un largo y pedregoso camino que hoy se cierne sobre esta victoria de esperanza sustentada en el programa del Pacto Histórico, hay grandes retos: Brutal presión política, económica y mediática, aguda desigualdad social, enorme deuda pública, unas fuerzas armadas entrenadas y armadas por EE.UU., ocho bases militares en su territorio, único país de la región que alcanzo el titulo como miembro observador de la OTAN, ante todo lo cual urge un cambio de modelo y una reforma estructural, para efectivamente no solo ser el Jefe de gobierno, sino tener el control del poder real.
Colombia entra en una nueva y prometedora etapa de su historia, de la mano de su presidente Gustavo Petro. Se abren las grandes alamedas de las que hablaba Salvador Allende; y de empieza a demostrar que la victoria de Petro es la victoria de la esperanza.