Por Miguel Mejía
Me he permitido consultar a algunos amigos y textos sobre el fenómeno del transfuguismo, que se ha convertido en la cultura política dominicana como una práctica común y corriente, cuando en verdad es una acción despreciable por las consecuencias negativas que implica, tanto en lo socio-político, en lo ético como en lo moral. Compartimos con nuestros amables lectores las consideraciones siguientes:
El diccionario de la Real Academia Española define al tránsfuga como aquella persona que huye de una parte a otra; aplicado a lo político será aquel que pasa de un partido o ideología a otro, independientemente de las razones y circunstancias. A esto estamos muy acostumbrados en el escenario político dominicano, la práctica ha llegado a convertirse en un mal casi endémico, sobre todo en las coyunturas electorales. Algunos analistas políticos y pensadores consideran que no todo individuo que cambia en cualquier circunstancia debe ser considerado como tal. Por ello, el transfuguismo, que es la acción del tránsfuga, es susceptible de ser analizado desde una perspectiva histórica, sociológica y política.
En la Enciclopedia de la Política, Rodrigo Borja define al tránsfuga y el transfugio o transfuguismo de la siguiente manera: “Es quien huye de un lugar a otro y, en sentido figurado, quien reniega de sus principios ideológicos, abandona su partido político y se pasa al bando contrario. El transfugio -palabra ausente del diccionario castellano, pero insustituible- denota en sus autores falta de firmeza ideológica, debilidad de convicciones, exceso de pragmatismo, oportunismo político, deserción, felonía y anteposición de intereses personales. Con frecuencia algunos políticos buscan utilizar a un partido para sus fines egoístas y, cuando no logran su propósito, abandonan sus filas y se entregan apasionadamente a servir los intereses de los adversarios. Por lo general el tránsfuga profesa un terrible odio rencoroso al partido de cuyas filas salió y se convierte en su peor enemigo…”
La Enciclopedia Electoral ACE define el transfuguismo como “el proceso en que un miembro del parlamento se desliga de su partido político a fin de unirse a otro o convertirse en un representante independiente” (algo muy común en República Dominicana).
Aunque se considera el transfuguismo como un fenómeno vinculado intrínsecamente con la naturaleza humana, al tránsfuga se le asocia con los aspectos más negativos de su propia naturaleza, como la deslealtad, traición, codicia, oportunismo, ambición y la doble moral. En los partidos políticos el transfuguismo experimenta una gran transformación y desarrollo. Y no es casual que muchos historiadores, sociólogos y políticos lo expliquen a partir de las debilidades y aspiraciones de los políticos por obtener a cualquier costo facilidades y bienes materiales más allá de sus reales posibilidades sociales y económicas. Históricamente los tránsfugas han sido personas que han llegado a un sitial notable gracias a su capacidad de cambiarse de posición en función de a quien favorezcan los vientos. La historia universal está llena de grandes tránsfugas. Veamos algunos ejemplos:
Judas Iscariote. Para los cristianos, su nombre es sinónimo de alta traición porque entregó a Jesús a sus captores a cambio de treinta monedas de plata. Desde entonces, la cultura popular le rinde “homenaje” tanto en carnavales como en fiestas navideñas en las que se queman imágenes suyas o se representa su suicidio por ahorcamiento.
Efialtes de Tesalia. Es especialmente despreciable. Se incluye en la amplia lista de villanos que vendieron a sus países y a sus compatriotas a cambio de un cargo o de un saco de monedas de oro.
Marcos Junio Brutus. “¡Tú también, Brutus!” fue la frase con que el emperador romano Julio César se despidió del mundo. En mitad de la emboscada que los senadores romanos le habían preparado, cuando los cuchillos le quitaban la vida, César lamentó la presencia de su hijo Marco Junio Brutus entre los conspiradores.
En nuestro país, desafortunadamente, los casos de transfuguismo llenan páginas. Empiezan con quienes traicionaron a Enriquillo, seguidos de los que traicionaron a Juan Pablo Duarte, como Pedro Santana y así sucesivamente en todos los grandes acontecimientos históricos, como la Guerra de la Restauración, los colaboradores de Ulises Hereaux, (Lilís), quienes estimularon la división entre Juan Isidro Jimenes y Horacio Vásquez en 1902, hasta llegar a la actualidad, pasando por el trujillismo, el balaguerismo y los diferentes gobiernos del PRD, del PRSC, del PLD y del PRM. Sin dejar de lado los demás partidos y organizaciones, los grupos de la izquierda revolucionaria, donde el transfuguismo y la traición estuvieron presentes.
El transfuguismo político ha sido una práctica en nuestro país, y no existía en legislación alguna hasta promulgada la Ley Orgánica de Régimen Electoral, 15-19 del 15 de febrero del 2019 (derogada por la Ley 20-23) E incluso, hemos visto suceder tipos de transfuguismo, político, parlamentario, electoral, según aspiraciones e intereses, sin régimen de consecuencias ni a lo interno de los partidos, agrupaciones o movimientos políticos ni por entidad electoral alguna, excepto en la organización que milito, el Movimiento Izquierda Unida, donde los tránsfugas, los traidores, los vacilantes y cobardes, no han tenido, no tienen ni tendrán espacio.
En esa Ley se cita el transfuguismo político en el Título VII, al establecer en su artículo 140 que las personas que hayan sido nominadas para ser postuladas por un partido, agrupación, movimiento político o alianza a la cual pertenezcan, a un cargo de elección, no podrán ser postuladas por ningún otro partido, agrupación, movimiento o alianza política en el mismo proceso electoral. Cabe destacar que más que estas regulaciones que nunca han funcionado, la mejor arma contra el tránsfuga es el desprecio total.
Quizás los propios partidos políticos no estén midiendo el impacto que ocasiona esa mala práctica del trásfuga a su imagen, a la democracia y al sistema de partidos, debilitado actualmente. Pero más allá, a la representatividad que implica la relación político-social y sectorial con el electorado al que se le debe dispensar respeto en unas relaciones responsables, éticas y morales. Es un fenómeno que merece atención y se está tomando con la mayor naturalidad, con un simplismo extremista. Sin embargo, el asunto tiene un mayor nivel de complejidad si tomamos en cuenta que la mudanza de un partido a otro o de una curul parlamentaria a otra, deja atrás un vacío jurídico-legal político-electoral, en el marco de la rendición de cuentas entre el representante y los representados, lo cual involucra al partido postulante.
En este proceso electoral que vive el país el transfuguismo, de distintas formas, se ha visto con mayor incidencia hasta por actores políticos con ínfulas de grandes intelectuales, que hace unos años atrás era impensable. Esas prácticas desleales, inmorales, deben ser despreciadas por todo el pueblo dominicano y por aquellos sectores organizados que aman y defienden nuestra llamada democracia representativa y participativa.