La Habana, Cuba
El 1 de mayo de 2018 se establecieron las relaciones diplomáticas de la República Dominicana con la República Popular China, decisión que en ese momento calificamos como valiente, oportuna, histórica y necesaria. Aunque debió haberse tomado 20 o 25 años atrás, el temor de los gobernantes de turno de la época impidió que el país ensanchara sus relaciones con el mundo; fue una decisión tardía, como otras tantas cosas que nos llevan a llegar tarde a la cita.
Cuando China decide establecer relaciones con cualquier nación, grande o pequeña, rica o pobre, lo hace basada en el principio de reconocer una sola China, por lo que el actual gobierno encontró las relaciones diplomáticas con China que se suscribieron no a título personal del gobernante de turno, sino en nombre del Estado, del gobierno y del pueblo dominicano. El sucesor del pasado gobierno no tiene más alternativas que asumir y dar cumplimiento a los términos sobre los que fue tomada esta trascendente e histórica decisión.
Este paso no fue del agrado de nuestro principal socio comercial, los Estados Unidos de Norteamérica, pero ellos han debido entender que fue una decisión soberana, que, como tal, ya ellos la habían tomado 40 años atrás en un contexto internacional muy diferente al de hoy; ellos la adoptaron en medio de la guerra fría y el mundo entendió que era su derecho soberano. De igual manera, para este país pequeño, pobre, caribeño, con derecho a ejercer su soberanía en su beneficio y conveniencia.
El mundo conoce claramente el comportamiento de doble moral de los Estados Unidos de Norteamérica en su política hegemónica e injerencista. Con su visita a Taiwán, el 2 de agosto, protagonizada por la presidenta saliente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, han infringido gravemente la soberanía e integridad territorial de China, violando además compromisos y acuerdos conjuntos con China, como el Comunicado Conjunto China y Estados Unidos, de 1979, sobre el establecimiento de Relaciones Diplomáticas, donde establecen que “…reconocen al Gobierno de la República Popular China como el único Gobierno legítimo de China. Dentro de este contexto, el pueblo de los Estados Unidos de América mantendrá relaciones culturales, comerciales y otras relaciones no oficiales con el pueblo de Taiwán”.
La violación de acuerdos y compromisos parece ser una práctica acostumbrada de su feroz hegemonismo. El 23 de junio de 1963, el entonces presidente norteamericano John F. Kennedy visitó Berlín Occidental y pronunció un discurso provocativo en el ayuntamiento de Schönberg, donde se proclamó “berlinés”. Se trataba de causar daño propagandístico a la República Democrática Alemana, país socialista, en cuya capital se hallaba este enclave capitalista fruto de la fusión de los sectores en que se había dividido la ciudad, tras la derrota del nazismo, los pertenecientes a Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Aquella burda manifestación simbólica iba dirigida también contra la Unión Soviética, en momentos en que el mundo recién había salido de la Crisis de los Misiles, de octubre de 1962, librándose la humanidad, por un pelo, del holocausto nuclear.
En 1963, el imperialismo norteamericano enfrentaba una caída de su hegemonía a nivel mundial producto de los avances de la URSS y el campo socialista, y las luchas por la liberación de los pueblos coloniales, especialmente acelerada por el triunfo de la revolución cubana. En esos días, el hegemonismo de los Estados Unidos estaba seriamente comprometido y en evidente decadencia, muestra de lo cual fue el asesinato del propio presidente Kennedy, apenas cinco meses después.
La lección histórica que se puede sacar de aquella maniobra es que cuando el imperio se siente en decadencia, derrotado y a punto de perder su dominio mundial, apela siempre a salidas histriónicas como esta. Y es en lo que debemos pensar para evaluar el significado y alcance de la intencional e injerencista provocación a la República Popular China, con esa visita camuflada.
No fue un triunfo, mucho menos un desafío, sino fruto de un acuerdo entre los presidente y cancilleres de ambos países, tras sostener largas conversaciones telefónicas, en los días previos. El presidente Biden y Blinken, secretario de Estado, fueron protagonistas de tales conversaciones y lo saben de sobra, aunque callen la verdad, en franca violación de acuerdos entre los Estados Unidos y China.
No fue ninguna muestra de fuerza, ni los chinos son un pueblo que se deja intimidar por ninguna fuerza extranjera.
Taiwán es territorio chino. Su “independencia” es producto de la protección de la Séptima Flota, desde 1948. Sin el apoyo de los injerencistas de siempre jamás se hubiese podido sostener ante el avance del ejército de la RPCH, ni usurpar durante largo tiempo el escaño correspondiente en la ONU, ni lograr establecer relaciones diplomáticas y reconocimiento por países que hoy, ante las realidades geopolíticas palpables, están rompiendo relaciones con ella y estableciéndolas con China, hoy con 181 países, bajo el principio de una sola China, como ha sido el caso reciente, solo en nuestra región, de Costar Rica, Nicaragua, Panamá, República Dominicana, Antigua y Barbudas, entre otros.
La dirigencia china es demasiado sabia, ecuánime y serena, como para caer en provocaciones dignas de una comedia. Hizo lo debido al eludir una respuesta militar que, como en octubre de 1962, hubiese lanzado al mundo al abismo del invierno nuclear y provocado su desaparición.
China ha podido responder de otra manera inmediata, pero su práctica diplomática es de paz y su objetivo es la reunificación de los chinos. Quien crea que la respuesta china no tuvo lugar nada conoce de la mentalidad estratégica de ese pueblo. Y no se limitará a los ejercicios militares con fuego real realizados por su flota; ni a las incursiones, sin respuesta, de 26 aviones en el espacio aéreo que reivindica. La respuesta será demoledora, en el momento preciso, siempre y cuando las circunstancias lo demanden, mientras tanto, China sigue creyendo en una reunificación pacífica por la vía diplomática y política. Y las naciones que hasta hoy mantienen relaciones diplomáticas con este hermano país asiático reafirman el principio de una sola China.