América Latina debe mirarse por dentro.
La región de América Latina y el Caribe se ha constituido en una especie de espejo donde se miran grandes naciones desde el punto de vista geopolítico. Y, mientras esto ocurre, acentuado desde el creciente posicionamiento de China en la región frente al mismo interés que los Estados Unidos, las naciones del continente se empeñan en mirar al futuro, pero antes deben mirarse por dentro.
La historia es común, si partimos de la brutal colonización a que han sido sometidos nuestros pueblos, muchos todavía en búsqueda de identidad perdida o cambiada interesadamente por los colonialistas de siempre. Pero la cultura esencial está ahí. En la lucha anticolonialista permanente protagonizada por el progresismo, facilitando la superación de la fragmentación que muchos creían frenaría los deseos de integración. Sin embargo, con el paso de la historia se ha hecho realidad aquella frase paradójica de Eduardo Galeano: “Los latinoamericanos somos pobres porque es rico el suelo que pisamos”, destacada en su libro “Las venas abiertas de América Latina”.
Se trata de un continente con potencialidades inmensas, envidiable posición geográfica, rico en recursos con valor geopolítico. En una superficie más de la mitad del continente americano alberga alrededor de 663 millones de habitantes en más de 30 naciones. Tiene forma similar de comunicación idiomática; recursos naturales que abarcan oro, níquel, cobre, plata, bauxita, madera, plomo, gas natural, soya, quinua, zinc, carbón, ferroníquel, petróleo, agua, litio, (aguacate, el oro verde de México), arroz, trigo, café, banano; y, en muchos de casos, tierras raras.
Estas riquezas fueron despertando la avaricia de naciones ricas a lo largo de los siglos, fomentándose el saqueo, primero de potencias coloniales, luego las multinacionales, enriqueciéndose de recursos ajenos y deteriorando las fuentes naturales de dichos recursos. En unos casos, la firme defensa del patrimonio natural ha logrado vencer el saqueo, en otros, el miedo y las presiones hegemónicas e injerencistas han impuesto largas luchas contra esos males. Y, en otros más, el entreguismo ha generado pobreza y pérdida de soberanía.
Los países de la región están conscientes de que sus riquezas naturales y recursos estratégicos deben ser transformadas en prosperidad y bienestar para sus respectivos pueblos y para el continente. En este orden, conscientes también del manejo de sus economías, capacidades comerciales, han ido dando pasos a agruparse en espacios de integración con impacto para el mundo, en base a una política exterior que promueva el respeto mutuo, el principio ganar-ganar y la paz.
Las características y potencialidades del continente no han pasado desapercibidas para los Estados Unidos de Norteamérica y aliados que, mirando hoy cómo las naciones de la región se adhieren a la Franja de la Ruta y la Seda impulsada por China, cómo se fortalece ALBA-TCP. CELAC, UNASUR, BRICS, foros estratégicos para encontrar mecanismos comunes de acción colectiva y defender de manera conjunta los intereses de los Estados latinoamericanos, el continente se convierte en el interés principal de su política exterior. Aunque, queda claro que unas naciones son más codiciadas que otras, y, en ese interés específico, el aspecto político-ideológico arropa el esencial.
Urge que el escenario latinoamericano expanda su fuerza, su rol, su liderazgo, supere la unidad de sus fuerzas en la diversidad, los pruritos y desajustes políticos-ideológicos y se dé el salto más alto para seguir avanzando en la marcada línea de las agendas comunes que conducen a las respuestas sobre problemáticas estructurales, sociales, culturales, políticas y geopolíticas, y liberar ese camino natural de los pueblos.
En la actualidad, América Latina es el escenario principal de la competencia de Estados Unidos con China, más allá de su política arancelaria, situación que está actualmente presentando una especie de colapso en la cohesión para el avance de la integración regional, lo cual presenta nuevos desafíos frente a la política exterior de los Estados, los diferentes modelos de democracia, los sistemas productivos y sus respectivas prioridades económicas y sociales. Todo esto, frente a los desafíos del cambio climático. Y la amenaza del presidente de los Estados Unidos con la militarización en el continente contra carteles de la droga, lo que ha encendido una alerta continental que debe unir a las naciones en defensa de sus sublimes logros de libertad, independencia y soberanía.
Precisamente, si asumen el compromiso, individual y conjunto, de mirarse por dentro, con todas sus potencialidades que las pueden convertir en “el corazón del mundo”.